La prueba testimonial es una de las formas probatorias más antiguas dentro del derecho procesal, y aunque ha sido objeto de innumerables críticas, su relevancia en los procesos judiciales e incluso arbitrales sigue siendo indiscutible. En la valoración de los testimonios, los jueces y árbitros deben equilibrar la subjetividad inherente a la naturaleza humana con criterios objetivos establecidos tanto por la ley como por la doctrina. La complejidad de este análisis radica en que el testimonio no se limita a la narración de hechos, sino que está influido por factores psicológicos, emocionales y contextuales que deben ser considerados.

Desde una perspectiva doctrinal, juristas como Carnelutti sostienen que el testimonio debe ser valorado con cautela, ya que la percepción y la memoria del testigo pueden ser falibles. Según esta teoría, la valoración de los testimonios no puede descansar únicamente en la impresión subjetiva del juez o árbitro, sino que debe estar respaldada por un análisis riguroso de la coherencia interna del relato, así como de su concordancia con el resto de las pruebas presentadas en el proceso.

De ahí que el principio de «sana crítica» es fundamental en la tarea de valorar los testimonios porque implica que los jueces o árbitros deben valorar las pruebas conforme a las reglas de la lógica, la psicología y la experiencia. Es decir, no otorga una libertad absoluta al juez o árbitro, sino que impone límites que buscan evitar la arbitrariedad. La doctrina destaca que la sana crítica obliga al juez a fundamentar detalladamente su valoración, explicitando las razones que lo llevaron a otorgar mayor o menor credibilidad a un testimonio. De este modo, se garantiza el derecho a una sentencia razonada y no meramente basada en impresiones subjetivas.

La credibilidad del testigo es uno de los aspectos más debatidos en la doctrina y jurisprudencia. Para Couture, la credibilidad se evalúa a través de tres elementos esenciales: la sinceridad del testigo, su capacidad de percepción y su capacidad de narración. La jurisprudencia, a su vez, ha establecido ciertos indicadores que ayudan a los jueces a determinar si un testigo es fiable, tales como la coherencia de su testimonio, la firmeza de sus respuestas bajo interrogatorio y la ausencia de interés personal en el resultado del litigio. Estos elementos permiten al juez formar una opinión objetiva sobre la fiabilidad del relato.

En la doctrina moderna, se ha puesto énfasis en la necesidad de corroborar el testimonio con otras pruebas. El procesalista Chiovenda subraya que el testimonio aislado, sin corroboración externa, puede ser insuficiente para generar convicción. De hecho, la jurisprudencia comparada ha señalado que, aunque el testimonio pueda ser decisivo, debe ser evaluado en conjunto con el resto del material probatorio disponible, especialmente en casos donde existen evidencias documentales o periciales que puedan confirmar o contradecir lo dicho por el testigo.

Finalmente, el principio de libre valoración de la prueba que consiste en la facultad de decidir qué valor otorgar a cada prueba, debe ser ejercido con sumo cuidado cuando se trata de testimonios, debiendo los jueces o árbitros, explicar minuciosamente las razones por las que aceptan o descartan un testimonio, sobre todo cuando estos son la principal prueba en el proceso.

La información aquí publicada no constituye consejo ni asesoría legal puntual, siendo su función meramente informativa.

Bryan Escaleras Martínez

Asociado

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